La Comisión Europea ensaya con Madrid, Lisboa y París una nueva estrategia anticrisis
Hacer política es contar historias. No se transforma un país, y mucho menos un continente, sin una historia convincente. Ayudada por la presión de los mercados, Angela Merkel manda en
Europa desde hace tres años con un relato que achaca la crisis del euro a la irresponsabilidad fiscal de un puñado de países. La austeridad, según la canciller, iba a redimir a
Europa con el sello del imponente liderazgo de Berlín; había sesudas evidencias científicas tras esa tesis (Alesina, Rogoff y demás). Pero la historia, ay, no era del todo auténtica. Ni siquiera los modelos económicos eran intachables. El falso relato —el Gran Engaño, dice Krugman— solo se sostenía en el caso de Grecia, y al final la sobredosis de
recortes se ha topado con la cruda realidad: una recesión general y una depresión en el Sur, con tasas de paro y deudas públicas que engordan como esos personajes de Botero. La crisis existencial del euro ha desaparecido (con la ayuda del BCE) y algunos de los desequilibrios se han mitigado, pero la cura no ha traído ni el crecimiento ni la confianza prometidos. El continente...
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